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domingo, 27 de noviembre de 2011

Pégale a tu hijo

Hace un par de semanas, EL PAÍS sacó una noticia aterradora: la firmaba David Alandete desde Washington y hablaba de un manual escrito por el pastor evangélico Michael Pearl, padre de cinco hijos (pobrecitos), titulado Cómo educar a un niño. El primer capítulo del libro empieza así: "Pégale a tu hijo". Y en eso, en el castigo físico, se basa toda su teoría pedagógica. Aconseja golpear a los niños con una tubería flexible de plástico de 0,6 centímetros de diámetro, porque con ese artilugio los zurriagazos son muy dolorosos, pero la piel no queda gravemente dañada (es un método que Pearl comparte, entre otros, con los mafiosos que torturan a sus prostitutas). En cuanto a los niños menores de un año, añade magnánimamente, "basta una vara de sauce de 25-30 centímetros de largo y medio centímetro de diámetro, sin nudos que le puedan cortar la piel". Imaginen lo que es un bebé de menos de un año, con su indefensión y su piel de seda y sus dodotis. E imaginen la vara. ¿Qué supuesta tropelía habría podido cometer un pequeñín así para merecer semejante castigo? ¿Vomitar la leche?

Sólo en los dos últimos años, explica David Alandete en su estupendo texto, han muerto en Estados Unidos dos niños apaleados por sus padres con las famosas tuberías flexibles de Pearl. Hana, de 11 años, de origen etíope. Y Lydia, de Liberia, de siete años. Las dos adoptadas, pobrecitas, por dos familias norteamericanas de tarados. La portada del panfleto educativo hiela la sangre: es la foto de un niño rubito de dos o tres años que, agarrado al dedo de un adulto, mira hacia arriba sonriente y feliz mientras sostiene en la otra mano lo que parece ser una larga vara de castigo. Pura perversión, obscenidad de sádicos.
Sé bien que éste es un tema conflictivo. Me refiero a la violencia contra los niños. O a la supuesta necesidad de un correctivo físico para educarlos. No es la primera vez que trato el asunto y, como quien arroja una piedra en un lago quieto, siempre se originan ondulaciones y un pequeño tumulto de respuestas, cartas de lectores o incluso textos de otros compañeros articulistas que reivindican con indignado énfasis las bondades de un bofetón a tiempo y califican cualquier opinión contraria a la suya como una necia comedura de coco propia de lo políticamente correcto.
Personalmente detesto los excesos de la corrección política y, por otro lado, creo que entiendo bien el porqué de ese punto de exasperada furia que los partidarios de la teoría del bofetón suelen mostrar. En primer lugar, supongo que muchos de nosotros, si no todos, hemos recibido algún que otro capón de nuestros padres en la infancia, y la mayoría no sólo no consideramos que ese suceso nos haya traumatizado, sino que además pensamos que nuestros padres son unas estupendísimas personas. Y luego está el hecho de que nosotros mismos hemos podido darle alguna vez un azote a nuestros hijos, o incluso un coscorrón; y, claro, nos indigna pensar que, por algo así, que nos parece nimio e incluso adecuado para, pongamos, acabar con una rabieta, se nos acuse de ser brutales.
Desde luego, dar un azote con la mano no tiene nada que ver con la tubería flexible de Pearl; y también es cierto que hay niños a los que sus padres jamás rozan y que están mucho peor educados y quizá son más desgraciados que aquellos a quienes la madre ha cogido algún día de la oreja. Pero, aparte de que todos los estudios psicológicos parecen demostrar que el castigo físico no sirve para nada y puede humillar y dañar psíquicamente, lo que de verdad me preocupa de la defensa pública del bofetón es el respaldo moral y social que eso supone a una violencia doméstica que se ejerce desde la mayor de las desigualdades contra los más débiles, y que no tiene límites ni grados. Quiero decir que su aplicación depende del criterio exclusivo de aquel que golpea. Y así, ¿es lo mismo un azote en el culo que un bofetón? ¿Y cuándo un bofetón dejaría de ser admisible? ¿Cuando rompe un labio con una sortija, cuando revienta un tímpano? ¿Son aceptables, por ejemplo, dos bofetones y un par de puñetazos en los hombros y la espalda mientras el niño se encoge sobre sí mismo para protegerse? Y si los padres han bebido un poco, o si están muy estresados y frustrados, ¿corren quizá el riesgo de que se les escape algún golpe demasiado fuerte? Amigos defensores de la teoría del bofetón a tiempo, sinceramente, con el corazón en la mano, ¿podéis asegurar que esa puerta abierta a la violencia va a ser entendida y aplicada por todos igual? Incluso los mayores maltratadores de niños están convencidos de que su comportamiento es adecuado. El libro de Pearl, que se publicó por vez primera en 1994, ha vendido 670.000 ejemplares y ha sido traducido a numerosos idiomas, también al español. No podemos dar ni la más mínima coartada moral a esa barbarie.
Rosa Montero. El País. 27/11/11

miércoles, 23 de noviembre de 2011

lunes, 7 de noviembre de 2011

Perversidad

Mi lado perverso está deseando ver a Rajoy en La Moncloa. Cuando promete extremar la austeridad para crear empleo y paralizar las inversiones públicas para generar riqueza, me lo imagino sentado en su despacho, con un lápiz en la mano, enseñando la punta de la lengua mientras se concentra en la solución de un sudoku monstruoso. Entonces, lo confieso, mi lado perverso piensa en Arenas gritando que su partido va a sacar a España del hoyo con el mismo programa que en 1996, y recuerdo 1996, y lo comparo con 2011, y al concluir que eso solo puede decirlo un cretino o un demagogo, y que Arenas no es un cretino, me digo que, al fin y al cabo, ellos se lo han buscado.

La campaña electoral que acabamos de estrenar, aburre ya de puro vieja. Desde que el PP empezó a pedir el adelanto electoral, su discurso no se ha movido un milímetro. La realidad, sí. Este año, como ustedes recordarán, iba a traernos el final de la crisis, y el año próximo, la recuperación del crecimiento. Eso decían los mismos expertos que ahora dicen que va a ser que no, y que en el mejor de los casos, este proceso se retrasará dos años. Si hemos aprendido algo en los últimos tiempos, es que un economista tiene más peligro que un saco de bombas, pero así y todo, es notable, si no suicida, que un partido que aspira a gestionar una economía en estado crítico, mantenga unas promesas concebidas cuando el rescate de Grecia, sin ir más lejos, iba a ser pan comido.

Hay que tener mucho cuidado con los lados perversos, porque pueden llegar a ser más peligrosos que los economistas. Sin embargo, existe un punto en el que mi lado sano está de acuerdo con su contrario. Para disfrutar a tope del poder que tan desesperadamente desea, Rajoy debería gobernar en minoría, con el capote pequeño de los toreros valientes. España no se merece más. Y él tampoco se merece menos.

Almudena Grandes. El País 7/11/11

El método griego

Los teóricos del nacionalismo suelen afirmar que sin independencia económica no hay independencia política posible. Lo ocurrido esta semana en Grecia parece ajustarse perfectamente a esa afirmación. Primero, Yorgos Papandreu se vio forzado a retirar el referéndum que pretendía celebrar para que los griegos decidieran sobre el último acuerdo para rescatar al país heleno. Que la simple posibilidad de preguntar a los ciudadanos desatara el pánico en los mercados y provocara la amenaza directa por parte de Alemania y Francia de retirar la ayuda económica a Grecia, es el mejor ejemplo del grave déficit democrático que padece la Unión Europea. Y tampoco faltaron en España intelectuales de cabecera dispuestos a explicar que convocar un referéndum era una locura, puesto que el pueblo no tiene conocimientos suficientes para decidir sobre asuntos técnicos, como si fuese necesario un doctorado en física cuántica para opinar sobre la bajada de las pensiones, los recortes salariales o los tijeretazos en servicios básicos.

Tras la retirada del referéndum, Grecia volvió a obedecer ayer al aceptar la formación de un Gobierno de unidad nacional, tal y como exigía Bruselas. Aunque en la política griega sea complicado hacer pronósticos, parece que el órdago lanzado por Papandreu le ha costado el puesto y la carrera política.
Europa debería avanzar, sin duda, hacia una mayor integración política y económica. Pero ese camino hay que construirlo con más democracia y no con los métodos puestos en práctica esta semana contra Grecia.

Manuel Rico. Público.es 6/11/11

Apología del...voto

Las estrategias políticas de la derecha son tan extrañas como contradictorias. Ayer, Ana Botella dijo, en relación a las críticas a su marido, José María Aznar, por participar en la campaña electoral del PP, que “afortunadamente vivimos en un país libre, en el que todo el mundo tiene derecho a dar su opinión”. Horas más tarde, todos sus compañeros y compañeras de partido se desdoblaban porque una persona pedía el voto para la coalición abertzale Bildu. Sí, me refiero a Ander Errandonea, uno de los históricos presos de ETA que ayer, tras salir en libertad después de haber pasado casi 25 años en prisión, desplegó una pancarta hecha a mano en la que se podía ver, objetivamente, lo siguiente: “BILDU; el dibujo de unas manos ejerciendo el voto; e INDEPENDENTZIA ETA SOZIALISMOA”.

Para Soraya Sáenz de Santamaría, esa pancarta demuestra que hay una relación entre Bildu y ETA.  ”Aparecen la palabra Bildu, la palabra ETA y están sostenidas por un terrorista haciendo campaña por Bildu”, afirmó la portavoz conservadora en el Congreso. Además, no se quedó ahí, sino que aseguró que “no hace falta ser muy inteligente para saber lo que hay ahí”. Inteligente no, enrevesado. Hay que ser muy enrevesado para pensar que la palabra “ETA” de la pancarta son las siglas de la banda terrorista y no la conjunción “y” en euskera. La expresión “independentzia eta sozialismoa” se utiliza desde hace ya bastantes años. Y, para quien quiera ver la palabra “ETA” del cartel como un mensaje oculto, les insto a responder qué quiere decir la “i” en la expresión catalana “indepèndencia i socialisme” o la “y” en la expresión en castellano “independencia y socialismo“. Ambas son usadas al igual que en euskera. Incluso he visto pintadas en gallego con el “independencia e socialismo“.

Lo más llamativo es que mientras algunos ven un fracaso en el hecho de que un expreso etarra saque un cartel con el dibujo de unas manos votando, otros vemos un éxito. Lo más sencillo es pensar que después de pasar casi 25 años en prisión —que no son pocos— se haya dado cuenta de que la solución pasa por las urnas y no por el hacha y la serpiente.

Héctor Juanatey. Público.es 11/5/11

Las revoluciones todavía se ganan en la calle

Preguntaba ayer un periódico en una encuesta a los lectores de su edición digital si creían que Internet y las redes sociales han jugado un papel fundamental en las revueltas de Túnez y Egipto. Un 87% respondía afirmativamente. Y no me extraña, pues todas las informaciones y análisis insisten en la importancia de estas formas de comunicación a la hora de explicar los estallidos populares.
Ahora bien: me gustaría saber qué responderían los egipcios a esa misma encuesta, si ellos consideran fundamental Facebook o Twitter para echar a Mubarak. No qué responderían los egipcios que tienen acceso a Internet (menos del 20% de la población), sino los cientos de miles que se la están jugando en las calle estos días.

Lo de la ciberrevolución es ya en un tópico de nuestro tiempo, pero dudo que lo de Egipto se explique en esa clave. La decisión del gobierno de Mubarak de cortar Internet no me parece, como pretenden algunos, una prueba de su importancia –también cortó las carreteras, y nadie habla de revolución automovilística-, sino más bien una muestra de la vulnerabilidad de estas formas de comunicación, que pueden ser apagadas por quien controla los operadores.

De hecho, el bloqueo de Internet ha devuelto el protagonismo al teléfono de toda la vida y hasta al vetusto fax para comunicar con el exterior. Los propios Google y Twitter han habilitado un servicio que funciona mediante una convencional llamada de teléfono. Y días atrás la oposición distribuía octavillas recomendando no usar las redes sociales para convocar, por ser fácilmente vigilables y manipulables por las autoridades, lo que demuestra una vez más que, cuando más libres nos sentimos on-line, más controlados estamos.

No dudo que Internet ayuda, facilita las comunicaciones y rompe bloqueos informativos. Pero lo que estamos comprobando estos días es lo contrario: que las revoluciones se siguen ganando en la calle, en manifestaciones, y con muertos nada virtuales (147 en Túnez, tal vez más en Egipto). Una lección para nosotros, que confiamos en que todo cambiará con un clic, y de salir a la calle nos olvidamos.

Isaac Rosa. Público.es 2/2/11