El PP se ha empeñado en utilizar el delicado asunto de la inmigración en la campaña para las autonómicas. Los discursos sobre la necesidad de mano dura a ese respecto han sido constantes y han dado lugar a auténticas barbaridades: los folletos de Badalona en los que se identificaba inmigración con delincuencia y se clamaba “No queremos rumanos”, o el lamentable videojuego diseñado por los simpáticos chicos de Nuevas Generaciones, capaces de concebir a los extranjeros –y a los independentistas, no se nos olvide– como chistosos enemigos a combatir con armas.
No dudo de que semejantes mensajes encontrarán adeptos entre ciertos sectores afectados por la crisis que quizá vean en los inmigrantes a sus principales rivales a la hora de conseguir un empleo o una ayuda social. Lo más triste es que probablemente muchos de los que piensan así son hijos o nietos de españoles que hace algunas décadas tuvieron que irse a otro país, convirtiéndose ellos mismos en inmigrantes mirados con recelo.
La memoria es corta, pero el peligro del racismo y la xenofobia es tan largo que resulta infinito: como una serpiente de mil cabezas, anda siempre bajo tierra y se asoma para inocular su veneno en cuanto las circunstancias son adecuadas. Y las de una crisis siempre lo son: ¿acaso hemos olvidado ya que la mala situación económica de la Alemania de los años veinte desembocó en la toma del poder por los nazis y la consiguiente aniquilación de los judíos y los gitanos, es decir, de los “otros” considerados molestos y culpables? Jugar con fuego es fácil, pero tiene muchas posibilidades de acabar en incendio y devorarnos a nosotros mismos.
Ángeles Caso 18/11/10
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